Él llegó a mi vida
con la brisa de la primavera de aquel fatídico año. Era algo nuevo, como
abandonar el gusto por el frío y comenzar a apreciar los rayos del sol cuando
irrumpen en pleno invierno.
Él me recuerda días
soleados, aire fresco, una bocanada de novedad, de diferencia, de distancia de
esas personas que hicieron daño y se encargaron de regalar un otoño constante,
junto con un corte de pelo y las ganas de un cambio.
Él irrumpió, así,
como si nada. Como si hubiera estado esperando su momento para aparecer y
robarse la escena sin siquiera pensarlo. Y luego vino Valparaíso, con su cielo azul más
puro que el azul de la capital, con su brisa, con su mar, con sus calles y sus
misterios y esos secretos que por un momento creí podíamos develar.
Y lo he creído por
casi dos años. Porque llegó a mi vida dispuesto a quedarse, dispuesto a hacer
del otoño una primavera constante. Una primavera, sí, porque no tiene la
intensidad nociva del verano, sino la suave calma de temperaturas templadas,
días de lluvia, flores, alergia, noviembre y días 9, como el 18 o el 27.
Él llegó a mi vida
pero el tiempo no pasa en vano y claramente no es el mismo que llegó. Ni yo soy
la misma que recibió su llegada con una gran bienvenida y una mano dispuesta a
comenzar un largo viaje. ¿Debería
continuar el viaje? ¿Debería seguir buscando verano o aceptar la
primavera?¿Debería dejar de luchar contra impulsos, contra ideas, contra
pensamientos?
Él llegó con la
brisa de la primavera, un día en que el cielo estaba despejado, el sol brillaba
y el smog no inundaba nuestros pulmones. Me encontró en circunstancias
anormales, pero nos cuesta la normalidad porque no estamos hechos para la
rutina, para los desencuentros, para los enojos y el llanto.
No estamos hechos
para pelear, para luchar contra el frío del invierno. Y si no podemos luchar
contra el invierno ¿deberíamos rendirnos o invernar?
Él llegó con la
brisa de la primavera. Joven, con sueños, con ideales y la inocencia de la vida
que está a punto de comenzar. Él me encontró más joven aún, casi una niña, una
niña que creía que sabía con lo que jugaba al momento de aceptar aquel paseo al
museo de bellas artes. Una niña que pensó que sabía a lo que se enfrentaba
cuando decidió ceder y aceptar aquel beso que cambio todo para ambos.
Y como dice la
canción de esa cantante que no me gustaba pero que me mostró y aprendí a
apreciar…”Ya no somos los de antes”.
¿Qué fue de la
boleta?¿De las conversaciones sobre cualquier cosa?¿De la adolescencia?¿De los sueños?
Tú, músico. Yo, escritora. ¿Qué nos mató la esperanza, la ilusión?¿Qué me cortó
las trenzas y me tiñó el pelo rojo?¿Qué te dejó barba, para que te vieras como
un hombre y ya no un niño?
16 y 17. 17 y 18. 18
y 19…¿Llegaremos a los 19 y los 20?
Él llegó a mi vida
un día de septiembre, cuando creía que la vida ya no podría sorprenderme. Llegó
y me regaló alegrías infinitas, momentos eternos, días inolvidables, lágrimas
dulces y otras saladas; llegó y me regaló
la oportunidad de aprender a amar la primavera. Me regaló la posibilidad
de amarlo a él.
Y hoy, a casi dos
años de haberlo encontrado, creo, que pese a todo, y ad portas de los 20, no
podría vivir sin mi primavera personal, sin ese cielo azul, sin mis días
soleados, sin mis sonrisas, sin él.
Porque “no es
perfecto más se acerca a lo que yo… simplemente soñé” .